sábado, 20 de enero de 2018

Un paseo lleno de recuerdos

Jueves 18 de Enero de 2018


Son las 8:15 de la mañana del 18 de enero, el zumbido seco de la vibración del móvil, que hace de despertador, suena como cada día, puntual, taladrante, impasible a mi remoloneo. Como cada día, lo apago, le doy unos besos de buenos días a mi mujer y me pongo en pie. Subo la persiana; el día amanece despejado y el cielo rojizo, se va volviendo naranja anunciando la inminente salida del sol (nuestra casa, está orientada a levante). Por un momento, mi vena exploradora surge en todo su esplendor y lo primero que se me viene a la cabeza es el mapa de España saturado de chinchetas, unas verdes y otras amarillas que forman parte de mi reto, el de superar todos los puertos españoles de montaña que cuenten con su cartel identificativo y que sean transitables en moto… Sí, has leído MOTO, porque aunque no lo parezca, este es un nuevo relato de una salida en moto. La tarde/noche anterior estuve escudriñando “mi mapa”, (es algo que me atrae como los imanes atraen al hierro).
Este es mi mapa... es para mi uno de mis mayores tesoros:

Encontré, para mi fortuna, varios puertos que no tenía anotados y les puse su correspondiente chincheta amarilla. Mi alegría cada vez que encuentro un nuevo puerto, es como la de un niño el día de Reyes cuando abre sus regalos (a lo mejor os parece una tontería, pero cada loco es feliz con su locura, o al menos yo lo soy). Para poneros un poco en situación, os diré que llevo en torno a 180 puertos superados de los más de 400 que tengo catalogados e identificados con sus correspondientes coordenadas. Sé que me faltan más de la mitad, pero pasito a pasito, se llega lejos.
Volviendo al relato y como os iba diciendo, por un momento mi vena exploradora me asalta como una vocecita que me susurra al oído, hoy puede ser un gran día para salir de expedición… la voz se repite una y otra vez. Enciendo el ordenador y mientras se pone a punto me pongo un café. Abro mi mapa de España con sus chinchetas amarillas y verdes y comienzo a calcular una ruta… La vocecita ha ganado, me voy a dar una vuelta en moto. Se lo comunico a mi mujer, quien (bendita sea) me da el visto bueno. En un cuarto de hora escaso he conformado la ruta (no era muy difícil). Hoy haré las chinchetas amarillas correspondientes por este orden al Alto del Padrún, el mirador de Coto Bello, la Collada de Carmenes, el Collado de Hoz y el Collado de Ozalba. Son algo más de 600km (una pequeña vuelta, acostumbrado a maratonianas tiradas de más de 1000km de secundarias, terciarias y cuaternarias). La ruta ya la conozco, pues la he transitado en moto muchas veces.
Llevo al peque a la escuela y de vuelta recojo la moto del garaje para dejarla delante de casa (no tengo el garaje y la casa en el mismo lugar) aunque no dista mucha distancia, unos 100m. Me enfundo mi traje y recojo todas las cosas: cartera, teléfono, documentación de la moto que había sacado el día anterior del top case para hacer una copia, la braga del cuello y 2 pequeños possit en donde he anotado las coordenadas de los distintos puntos de la ruta. Me despido de mi mujer con un beso y un abrazo y bajo en el ascensor hasta la calle. Al pararse el ascensor, me doy cuenta de que he perdido por el camino uno de los dos possit (empezamos bien, como de costumbre, pues soy de perderlo todo). Doy la vuelta ascensor arriba y me encuentro el papel tirado a 2 metros de la puerta de casa. Vuelta pa abajo. Pongo el GPS, le meto las coordenadas del primer punto (el Alto del Padrun). Me coloco el casco, las gafas de sol y me pongo en marcha. Son las 10 de la mañana y la temperatura es de 7º. Como es jueves (día de mercado) decido no meterme por la calle principal y atajar por mi antigua calle, que además es todo recto y la ruta más rápida. Un coche y un camión de reparto de carbón me hacen parar perdiendo el tiempo (muy valioso, pues me quedan muchos km por delante y estamos en invierno) así que al final no adelanto nada de tiempo respecto a pasar por el medio del mercado. Al fin el terreno se despeja y puedo realmente iniciar la marcha. Los primeros km, como siempre, los ruedo con cuidado de esperar a que se caliente el corazón de “Babieca” que así se llama mi moto (no es que sea de ponerles nombres a las motos, pero esta es muy especial, significa muchísimo para mi, por las circunstancias en la que la compré, con ella conocí a mi mujer en Sevilla, me acompañó en los momentos más duros de mi recaída del cáncer y es por esto que le puse nombre y me gusta ir hablando con ella). Pasados los primeros km ya puedo alcanzar la velocidad de crucero. Me deslizo por lo que debería de ser el autovía de Oviedo-La Espina, y digo lo que debería de ser, pues 10 años después de la fecha oficial de finalización, desde cornellana a Salas no hay autovia y a partir de Salas hasta La Espina, solo hay un carril para cada sentido de la circulación y todo con línea continua y limitación de 80, con lo que es inevitable que más pronto que tarde me encuentre con algún obstáculo rodante. Efectivamente, un hombre con un mercedes viejo, que baja a 60km/h me hace de nuevo perder un valioso tiempo (siempre he creído en la ley de Murphy, pues se cumple al 100%). Al fin llegamos a la rotonda que da por finalizada la parte de “autovía” que va de Salas a La Espina. El hombre se hace la picha un lio con los intermitentes y empieza a ponerlos para todos los sentidos (menos para el que los tiene que poner). Le adelanto en la segunda rotonda y pienso para mis adentros, “Bendito de Dios vaya”. Continuo mi viaje y ahora sí, en Cornellana cojo el tramo de autovía oficial, terminado en su totalidad. La temperatura ha caído a los 2º, llevo el pantalón y el jersey térmicos del Lidl bajo mi traje, además, la chaqueta lleva su forro, pero el pantalón lo lleva quitado y noto un poco de frio en las piernas. Al pasar por el valle del Trubia, la niebla hace acto de presencia (cosa que pasa los 365 días del año) con lo cual no me sorprende; lo que si me sorprende es un Audi A1 conducido por una mujer que con guantes de cuero marrones, va más feliz que una perdiz con sus luces de día, sin antiniebla, ni ninguna luz en la parte trasera que la delate hasta que no se llega a casi su altura (cuánto daño han hecho algunas “pseudo tecnologías”), se pensará la mujer que los que venimos detrás, somos adivinos y que llevando sus flamantes luces de día, ya va muy bien señalizada… en fin. Un poco más arriba, casi coronando la ronda exterior de Oviedo, un Mitsubishi pajero que sube adelantando, acelera fuerte al verme acercarme por el espejo, circula a unos buenos 140km/h. Al ponerme a su altura, veo un hombre de unos 50 años, que al más puro estilo Ari Vatanen en la mítica subida del Pikes Speak, sube con un brazo estirado llevando la mano a la altura de la cara para proteger la vista del sol, pues vamos en dirección este. No puedo evitar una pequeña carcajada, porque realmente, eso fue lo primero que se me vino a la cabeza al verlo… Ari Vatanen. Es curioso las cosas que se ven circulando por autovía (por carretera se ven menos). Lo digo, porque al incorporarme a la A66 en dirección al cruce que ha de sacarme por fin del autovía, delante de mí, va una pareja de entre 65 y 70 años con su flamante mercedes de más de 10 años (no me fijé en el modelo) que lleva el GPS integrado del propio coche y además, debajo del espejo central del coche, lleva también otro (será para tener una segunda opinión de la ruta) del tamaño de una tablet que le ocupa prácticamente todo el cristal…por un instante me quedo literalmente sin palabras… luego pienso, mercedes tenía que ser… Llego al desvío de Olloniego… empieza la etapa de hoy. Tras atravesar la rotonda, giro a la derecha para empezar la ascensión del Padrún. El Padrún es un pequeño alto que nos lleva de Oviedo a Mieres por la antigua carretera AS 242. La cota es mínima (385m.), pero como tiene su letrero, entra dentro de mi reto. No os he dicho que hace prácticamente 6 meses que no monto en moto, desde la última ruta seria que hice en verano (6000km en cuatro días por tierras de España recorriéndola casi entera en sentido anti horario). Desde entonces, apenas 1500km he rodado y eso se nota. Me siento raro, entumecido en cuanto a la soltura con la moto. El suelo está muy húmedo y sucio, además está algo bacheado. Tomo las primeras curvas con bastante respeto, pues la temperatura es muy baja, 4º y me da miedo de que haya hielo. La suspensión de la moto (ESA) no es que sea para tirar cohetes, pero para mí, me sirve lo de poder poner blando o duro con solo apretar un botón, con lo cual la pongo blanda, porque en estas circunstancias de humedad y baches, yo voy más a gusto. En una curva, piso un bache y la moto se va un poquito de atrás (nada grave ni muchísimo menos, pero sirve para hacerse una idea de por donde piso). A media subida, veo por el rabillo del ojo algo que me hace girar la cabeza. A mí izquierda, un palomo torcaz se pone a la altura de mi cabeza. A unos 4m de distancia de la moto y vuela unas decenas de metros como acompañándome… me encanta (siempre me gusta ver animales en mis rutas, aunque alguna vez a punto haya estado de terminar en tragedia-aterrizaje forzoso). Llego al final de la subida y a lo lejos diviso el cartel. Una sonrisa aparece en mi cara… un puerto más superado, un puerto menos por superar. Paro ha hacerme la foto que deja constancia de mi paso. Hace frio, o al menos yo, lo siento en las piernas y en la cabeza, de la que ya he quitado el casco. Unos perros, corretean libremente jugando a la pillo… no hay tráfico ninguno, con lo cual no corren peligro. Uno de los dos, el mayor, se acerca a olerme con interés, que pierde tan pronto como el segundo perro le pilla, echando de nuevo a correr uno tras otro.
El frio llama a mis instintos más básicos y me entran las ganas de orinar, pero como “Babieca” necesita beber, pues no pierdo tiempo y enfilo la bajada en dirección a Mieres. Sin tan siquiera esperarlo, lo primero paso por delante del Hostal La Peña y me trae recuerdos de hace más de 20 años, pues en ese hostal me quedaba a dormir estando trabajando en la central Térmica de Soto de Ribera. Los recuerdos pasan por mi cabeza en un instante recordando una anécdota que me pasó el día que llegamos, un compañero con el que compartía habitación y yo, y con el que he pasado inolvidables ratos de muchísima risa. Resulta que se nos olvidó la llave dentro de la habitación, y el, en lugar de bajar a llamar para que nos abrieran, dijo…” espera, que esto se abre con una tarjeta de crédito…” yo empecé a descojonarme diciéndole que no estaba bien de la cabeza, pero él insistió, sacó de su cartera una tarjeta del banco, empezó a pasarla por la ranura entre la puerta y el marco´. La tarjeta se quedó atascada y no podiamos sacarla, yo al borde del infarto de risa y el, que ya había desatascado la tarjeta continuaba pasándola como si fuese un datafono... por fin a la décima pasada más o menos se abrió la puerta y me dice… “ya te lo dije yo…”,eso sí, la tarjeta ya no era una tarjeta, sino un churro como jamás había visto nadie con anterioridad, para tirar… ; todavía me meo de risa al acordarme. Sigo viaje riéndome solo y al momento encuentro una gasolinera. Como no sé si más adelante habrá otra o no, y teniendo poca gasolina, paro a repostar. Una chica joven sale a atenderme. Es bastante bajita y casi no llega a ver la boca del depósito (no es la primera vez que me lo dicen en algún surtidor), pues a la GSA con el caballeta puesto, le queda el tapón alto. La pobre chica no dice nada, pero pone cara de no saber si falta mucho o poco, y para colmo la moto lleva 33 litros, así que ella, muy hábil, aprieta muy poco la pistola (cosa que es de agradecer, pues hay gasolineros que aprietan la pistola al máximo y alguna vez me ha pasado de saltar la gasolina por los aires al llegar cerca del máximo). Para romper el silencio le digo que vaya frio que hace… la pobre me dice, si, hace un frio que pela… menuda helada. La verdad es que hay 2º y se nota. Pago la gasolina y como tengo bastante frio en las piernas, saco de la maleta el forro del pantalón y me aparto a una orilla de la gasolinera para ponerlo. Empiezo a quitar ropa y me quedo solamente con el pijama del Lidl. El suelo está frio de cojones y los pies se me enfrían en 3 segundos. Me apresuro a enganchar las cremalleras de las perneras del pantalón, pero como las prisas no son buenas, cuando voy a meter las piernas, las perneras del forro no están derechas y las piernas no me entran, tengo que volverlas a quitar, girar las perneras del forro y volverlas a enganchar. La del lado izquierdo se resiste y tengo que hacer un tercer intento. Para entonces, tengo un frio que tardo media mañana en echar de mi cuerpo. Al fin, después de vestirme y poner las nuevas coordenadas al GPS, me pongo en marcha. Callejeo por Mieres en busca de la salida en dirección al mirador de Coto Bello, de cuya existencia me enteré el día anterior. Según puedo leer en la red, Coto Bello (también llamado cima Chechu Rubiera en homenaje al ex ciclista asturiano) parece ser que antiguamente fue una explotación minera perteneciente a la estatal Hunosa, que tras la finalización de la explotación, fue restaurada dejando praderas y senderos para el disfrute de todos (lastima de que esté un poco descuidado). Pongo rumbo a Corigos (por el desvío de la A66 hacia Moreda) hasta que encuentro el cartel de coto bello. Comienzo la subida de 10 km que me ha de llevar a la cima. La carretera, nuevamente, húmeda. A medida que voy subiendo, se torna mojada debido a que el deshielo de las últimas nieves, deja pequeñas cascadas en los taludes de las cunetas que salpican la carretera mojándola por completo. El asfalto es regular tirando a malo. Hay muchas piedras sueltas y varios desprendimientos, que aunque no son de gran tamaño, me hacen tener que arrimarme al lado izquierdo de la estrecha carretera. Con cuidado voy ascendiendo hasta llegar a la cima. Merece la pena subir. Lo primero de todo es parar junto al cartel identificativo para dejar constancia fotográfica. Después, me deleito con las espectaculares vistas que me ofrece el mirador. En el alto, hay un edificio que parece de dos plantas y que primero fue el centro de oficinas de la jefatura de la explotación minera y posteriormente un bar, a tenor de los carteles, uno de piedra, perteneciente a la explotación y otro pintado en la pared donde se puede leer “Bar”. También hay un cartel de madera que pone “Chigre” (nombre con el que se conoce en Asturias a los bares) unos metros antes de alcanzar la cima. Me entretengo leyendo el típico pictograma que muestra las montañas con sus nombres y después, haciendo algunas fotos.
Una panorámica de las vistas
También se puede observar el pueblo de Cabañaquinta (el pueblo grande) y Escollo a la derecha de la imagen.
En algún momento, me percato de un zumbido extraño que parece ir y venir con el aire. Me quedo mirando un buen rato, pero no consigo ver nada. Después de un rato, pienso si se puede tratar de algún artefacto estilo Dron, pues en la cima hay un coche aparcado, y el zumbido se asemeja al de un helicóptero radio control. Delante de mí, ha subido un Hyundai todo caminos, que dando patinazos, ha conseguido subir por una de las pistas que arrancan por encima del bar y que me imagino que llegarán a la cima real de la montaña. Me hubiese gustado subir con la moto, pero está bastante mojado y no es cosa de quedarme enterrado con “Babieca”, pues por suerte o desgracia, ya sé lo que es quedarse enterrado hasta los cilindros (me quedé atrancao en una playa en Mazarrón, en Cartagena, de la que dos buenos amigos, Mausser y Lady Puppi me ayudaron a salir con ayuda de todo el pueblo).
foto de archivo


Después de la pequeña sesión de fotos, y tras poner las siguientes coordenadas al GPS, pongo rumbo a la Collada de Cármenes (León). La bajada de Coto Bello la llevo mejor, por saber ya como está el camino y porque siempre me gustaron más las bajadas que las subidas (las disfruto mucho más). Sin ningún problema, desando el camino hasta llegar de nuevo a Moreda y tomo de nuevo la A66 hasta Campomanes para emprender ruta por Pajares. Es una carretera que conozco como el pasillo de mi casa, pues me pasé un año viviendo en Villamanín y bajando a trabajar todos los días a Campomanes para hacer los sondeos del AVE… ese que parece resistirse a llegar a Asturias. Subo disfrutando de la carretera con la seguridad que da tener motor suficiente para adelantar rápida y cómodamente los coches y camiones que me voy encontrando. El asfalto continua húmedo en algunos sitios, pero para entonces, Lorenzo ya ha secado buena parte del mismo, pues son las 12:30 de la mañana. Al llegar al alto, aflojo un poco la velocidad para deleitarme brevemente con el paisaje nevado donde yo pasé más frio de toda mi vida (más de 20 bajo cero de noche en el invierno de 2001 sondeando en la misma cima de la estación de esquí) y me tiro en dirección a Villamanín, mi otra cruz aquel invierno. Paso por el pueblo despacio, recordando cada detalle, cada aventura allí vivida, unas buenas, otras difíciles, al tener que pasar el invierno más frio de la historia sin calefacción en casa por habérseme congelado el propano de la caldera. Por un momento me siento un poco viejo, pero también muy afortunado de segur vivo. Pienso en cómo era mi vida hace 17 años. Sin tiempo para nostalgias, me desvío hacia Cármenes en busca de mi siguiente “chincheta amarilla”… he pasado muchas veces con la moto, pero no había cartel identificativo, así que ahora, al fin, voy a dejar constancia con mi foto. Paro junto a la señal, y me despojo del casco. Hace una temperatura agradable para el mes de enero, 11º. Mi cuerpo ya ha vuelto a generar calor y eso es de agradecer. Preparo el trípode y después de pelearme con el sol, que me queda frente al objetivo de la cámara, consigo hacer una foto sin esos círculos naranjas que salen en las fotos con el sol de frente.
Miro la hora, es casi la 1:30 de la tarde. Aunque la ruta ya la llevo marcada desde casa, sopeso por un momento la posibilidad de abortar los últimos dos puntos (La collada de Hoz y el Collado de Ozalba) y volver a Villamanín a darme un “homenaje” en el Ezequiel, donde puedo ponerme como el Kiko (se bien como se come, porque he comido allí muchas veces) o liarme la manta a la cabeza y meterme en la embajada de salir a Unquera por Riaño y San Glorio. Como siempre me he tenido por buen embajador, declino la propuesta de las opíparas viandas que el Ezequiel puede ofrecerme y tras meter las coordenadas del collado de Hoz al GPS, y ver que me quedan dos horas largas para llegar, salgo en dirección a Riaño por La Vecilla. La temperatura es buena, oscila de 11 a 14º, la carretera está bien y el tráfico casi inexistente. Llego las hoces de Vega Cervera (que no pueden ser más bonitas). Yo ya las conozco y he retratado en más de una ocasión, con lo cual no paro a hacer el reportaje fotográfico, pues ya lo tengo repetido, aunque insisto en lo de que es un tramo precioso de carretera. Pocos km antes, está el desvío de las cuevas de Valporquero, a las que he subido muchas veces, pero que nunca he podido visitar, pues siempre me ha coincidido que estaba cerrado. Llego a Boñar, donde se me viene a la cabeza otra historia de risa motera de hace unos años. Resulta que paramos a comer en una salida con las motos, mi hermano, mi cuñada y yo. Después de una hora sentados, nos atienden. Pedimos cada uno lo que nos apetecía y al poco rato llega el camarero diciendo:
-Lo siento mucho, no nos queda…
-Bueno, tráiganos esto otro…
(A los dos minutos, llega el camarero)
-Me tienen que perdonar, pero tampoco nos queda…
-Bueno, no pasa nada, tráiganos esto otro…
-Es que de eso tampoco tenemos...
(Yo, ya debatiéndome entre el ataque de risa tipo cámara oculta y el enfado, le digo al camarero)
-Tráiganos de lo que tenga… lo que sea…
- ¿Qué les traigo
-Lo que tenga o de lo que le quede, si es que le queda de algo...
Nos trajo un cabrito que debía ser más viejo que Matusalén… y duro, más que las pilas de duracel…
La risa que me entró al pasar de nuevo por delante del bar, fue considerable. (La verdad es que se pasa muy bien recordando viejos tiempos). Continúo hacia Riaño. La carretera se torna de nuevo húmeda, pues el sol no entra en muchos sitios, en otros, en cambio está totalmente seca. Una vez en Riaño, cojo la carretera hacia el puerto de San Glorio temeroso del frio que puede hacer en la cima (la última vez que lo subí, comimos allí la merienda y pasamos más frio que yo que se). El embalse está bastante bajo, a pesar de las recientes lluvias y nevadas, pero algo se ha recuperado. A medida que empiezo a ascender por San Glorio, la carretera está llena de fundente para el hielo, parece gravilla y la moto incluso vuelve a intentar marcharse de atrás, pues es mucha cantidad la que hay en algunos sitios. El piso está muy húmedo y subo con cuidado, pues no tengo ganas de irme al suelo por un despiste. El olor… como siempre, el olor de los lugares, es lo que más me atrae de los sitios a los que voy. Huele a chimenea, a parrilla, a leña y me encanta el olor. Todos los pueblos son “de La Reina”… Barniedo de La Reina, Portilla de La Reina, Llánaves de La Renia (donde un invierno paré en unas mesas que hay entre la carretera y el arroyo de San Esteban a comer la merienda entre la nieve). A pesar de mis miedos iniciales, la temperatura se mantiene en 11º, y aumenta a medida que me acerco al alto del puerto, donde hay 14º. En el alto, a mano izquierda en dirección a La Hermida, hay una pista que llega a un aparcamiento donde hay una estatua de piedra blanca de un oso con una placa, pero no me acuerdo bien de que es la placa, porque hace 6 años que no subo hasta allí. La carretera está totalmente seca en la caída hacia el cantábrico. Paro en la estatua del rebeco a hacerme unas fotos, pues la montaña nevada del fondo, hace la foto muy apetecible. De nuevo, otra historia de risa que tiene que ver con las motos y esa bajada, me viene a la cabeza. De nuevo la sonrisa vuelve a mi cara al acordarme.
La cosa es que estamos en una ocasión haciéndonos la foto en el rebeco, (despues de comer en la cima) cuando de repente vemos bajar una docena de motos de todo tipo (ingleses). Miro al resto de la expedición y digo:
-Vamos con ellos…
-No nos da tiempo (estábamos poniendo los cascos y demás)
-Tira rápido que sí los pillamos…
Empezamos a bajar y a pasarlos, (bajan despacio), pero el puerto se va acabando y parece que no vamos a poder alcanzar a los primeros, pues hay que adelantar con seguridad y eso lleva tiempo. De repente le digo al compañero (por el intercomunicador)
-No los vamos a poder adelantar, pues aquí mismo hay un cruce y seguro que ellos van a la derecha y nosotros a la izquierda…
Mi compañero me dice todo convencido…
-Como si llegamos a Londres detrás de ellos, hasta que no los pasemos, no paramos...
Me entró un ataque de risa que no podía aguantarme…Al instante, los adelantamos y vemos por el retrovisor que ellos se paran a la derecha, supongo que a esperar por el resto del grupo. (que recuerdos)
A media bajada,se me cruza arrastrando la barriga como una leona acechando a su presa, pero a una velocidad ligera, un gato montés... es la segunda vez en la vida que veo uno y las dos veces ha sido en moto. Mi ilusión no hace más que aumentar con cada nueva sorpresa. Llego al desfiladero de la Hermida, carretera preciosa de curvas, pero estrecha, donde se disfruta realmente de la moto (aunque hay un buen tramo en obras y línea continua, con lo cual, a nada que caiga un coche delante, estas fastidiado). Al llegar al pueblo de La Hermida, me desvío a la derecha hacia el collado de Hoz. La carretera, nuevamente es preciosa y estrecha, en subida, con un asfalto excelente. Delante de mi sube un coche y un pequeño camión de esos que van por los pueblos a modo de tienda ambulante. En cuanto puedo, los adelanto, y rápido llego a la señal que da el nombre al puerto. Nuevamente, el sol me hace cambiar el trípode de postura para evitar su reflejo. Me fijo en el GPS. Veo que le he sacado 40 minutos a la hora de llegada que el tomtom tenía establecido. Tengo costumbre de fijarme cuanto tiempo estima el GPS para hacer una determinada ruta, y en moto, nunca acierta. Supongo que calculará la velocidad en base a la ruta, y una moto se escapa a toda lógica matemática del GPS.
Pongo rumbo a mi último punto. En este caso no me molesto en ponerle las coordenadas, pues sé (porque ya he pasado muchas veces por aquí) que está en la misma carretera que me ha de llevar a Puentenansa. La carretera está húmeda en este lado del collado, y la temperatura también baja de nuevo a 7º, con lo que una vez más, extremo las precauciones (no tengo prisa y voy muy bien de tiempo). Justo antes de llegar a la cima del Collado de Ozalba, hay un mirador (el mirador de La Piquere). Es un mirador creo que único, pues por la parte de debajo de dicho mirador, en su día plantaron pinos, los pinos crecieron y lo único que hoy se puede ver desde él, son los pinos pasar por encima del mirador… impresionantes vistas.
Al llegar al collado, se repite como si del día de la marmota se tratase, el protocolo fotográfico, aunque en este caso, el sol no me molesta, pues ya está en dirección sur, con lo que me queda a mis espaldas.
Ya sólo me queda volver a casa, pero antes he de parar en Unquera, para comer y beber algo (llevo todo el día sin hacerlo, ni agua he tomado porque la moto me inhibe del hambre y la sed) y para comprar unas corbatas y unas palmeras para mis amores que en casa me esperan (mi mujer y mi peque). Después de cargar las maletas y comerme un pincho de tortilla rellena (del cual no tengo foto, pues tengo el móvil estropeado y se me apaga al poner la cámara y la réflex ya está guardada en su bolsa) me pongo de nuevo en marcha por la A8. Voy pendiente, pues quiero parar en Lastres. El motivo es que Lastres, forma parte de lo que se conoce como los pueblos más bonitos de España. Son una serie de pueblos que tras reunir unos requisitos, se le reconoce el honor de ser uno de los pueblos más bonitos de España. El año pasado, escudriñando internet, me enteré de semejante cosa y me dije ¿Por qué no?... Y me embarqué en el reto de recorrerlos todos (a excepción de los de las islas, por razones de logística), así que aunque ya he estado en varias ocasiones con la moto, no tengo la fotografía del cartel que da fe de mi paso por allí, con lo que al quedarme de paso, me acerco a dejar testimonio gráfico, después de lo cual, enfilo, ahora sí, el camino de vuelta a casa. La temperatura es excelente, y bajo el casco, voy pensando para mi, que suerte tengo, pues después de todo lo que he pasado, y a pesar de la depresión que me atormenta, tengo el privilegio de hacer lo que más me gusta (montar en moto) que además es para mí una terapia que ningún medicamento podría igualar,Babieca se comporta de manera impecable, incansable… es mi compañera de viaje, la que me ha acompañado siempre, incondicionalmente, sin una queja, siempre dispuesta, sin más queja que pedir de beber cada 550km. ¿Se podría pedir más?... Sinceramente, yo diría que no. Llegado este punto de la historia, y si alguien más lo ha hecho, enhorabuena, sin duda te gusta leer. Habrás comprobado que estoy un poco loco (porque alguien que habla así de su moto no puede estar bien) pero ella es una parte muy importante de mi vida. Gracias a ella conocí a la que hoy es mi pareja, a mi niño, que tenía 2 añitos cuando lo vi por primera vez y hoy es todo un mozarrón a punto de cumplir 6 años y Babieca llegó a mí en el momento más duro de mi vida, apoyándome en ella para salir adelante. Con ella me embarqué en la mayor aventura de mi vida motera (con ayuda de todo el foro bmwmotos.com y de muchas más gente e instituciones,sin cuya ayuda jamás lo hubiese conseguido) dar la vuelta a España con mi proyecto “dona médula”… Doy gracias a Dios de poder disfrutar de esta afición y de toda esta gente… Soy un privilegiado.
Espero que mi historia te haya gustado. Si ha sido asi, puedes dejar un comentario haciéndomelo saber.
Un saludo.